Público llevaba, hasta el pasado viernes, más de cuatro años defendiendo los derechos de los trabajadores en sus portadas y páginas. Desde septiembre de 2007 se opuso desde ese papel que muchos vaticinan muerto a los despidos masivos, los EREs, el recorte de derechos del trabajador, las indemnizaciones irrisorias, el libre despido y, muy recientemente, al decreto que aúna todo eso, la reforma laboral promovida por el Partido Popular. Una reforma laboral que reduce al mínimo los derechos del trabajador con el fin único de tranquilizar a los mercados y al empresario con la excusa de la creación de empleo. Los mercados no se calman y el empresario no contrata más, así que el paro sigue creciendo, pero los ricos son más ricos todavía.
Denunciabamos eso todos los días. Defendíamos al trabajador. A ti y a mí. Defendíamos lo público. Defendíamos a las víctimas del franquismo del olvido. Defendíamos la igualdad de la mujer. Defendíamos los derechos de los animales. Defendíamos la conservación del medio ambiente. Defendíamos la transparencia en política. Defendíamos un verdadero sistema judicial. Un sistema electoral justo. Defendíamos todo aquello en lo que creíamos. Esa era nuestra visión de las cosas. Y, según pensabamos, la visión de los propietarios del periódico.
El pasado viernes se anunció el cierre de la edición impresa de Público. Se despedirá al 84% de los trabajadores y sólo quedarán 26 compañeros que intentarán sacar adelante una web bajo mínimos con un futuro incierto. Los propietarios del periódico han recurrido a Garrigues, un bufete de abogados ultraliberal dedicado a defender al patrón y menospreciar al trabajador, y han presentado un ERE que se apoya en la reforma laboral del PP que en nuestras páginas tanto hemos criticado. La asamblea de trabajadores, con el comité de empresa al frente, se opone a unas condiciones de despido nefastas que chocan con la visión que parecía tener la empresa.
Nosotros podremos caer, pero lo haremos defendiendo aquello en lo que siempre hemos creído.
La foto es del momento en el que los grises (tan de moda en estos días) trataban de sacar del campo a un Cruyff que se negaba a abandonar el terreno de juego después de ser expulsado.